Bilbao sigue siendo una de las capitales del Estado que más manifestaciones, concentraciones y eventos reivindicativos acumula en sus calles y plazas. Las manifas por la Gran Vía están presentes día sí y día también como referente de una conflictividad laboral que los sindicatos saben que, si no se saca a la calle, carece de futuro. Es una máxima dentro de cualquier reivindicación y están en su derecho de ejercerla, pero de tanto insistir están perdiendo punch.

En muchos aspectos de la vida, cantidad no es mejor que calidad. Es toda una ocupación sin K que se repite con constancia los días laborables, cuando más daño hacen. De hecho, cada jornada de calles ocupadas la Policía Municipal destina una buena parte de su plantilla a reordenar el tráfico rodado de pacientes conductores que se encuentran cortes y desvíos muy molestos, sobre todo para profesionales como taxistas, repartidores o conductores de autobuses. Algunos son compresivos con las protestas sindicales, pero otros, no. Especialmente cuando se prolongan en exceso tanto las marchas como el periodo de tiempo en que se convocan reiteradamente.

Por ejemplo, el movimiento de los jubilados podría diversificar los lugares para concentrarse y no hacerlo siempre, desde hace más de seis años, ante el Consistorio bilbaino. No me extraña que el alcalde Aburto se queje de esta invasión discontinua siempre que tiene un altavoz para ello, y no precisamente para gritar consignas laborales.