AÚN con la purpurina iluminando pieles toca proponerse alargar el espíritu festivo hasta la próxima Aste Nagusia, sobre todo cuando vengan curvas, que llegarán. También es momento de introspección, que poco luce tanto a nivel social como institucional. Porque cuando una mayoría señala con el dedo (sí, Bilbao no merece este caché de conciertos aunque razones se busquen muchas) no es que la turba esté amargada y así mejor echar balones fuera. Y cuando en tu entorno conoces dos intentos de robo y que han sisado una cartera y un móvil, y dejas por vez primera el tuyo en casa, no es sensación de inseguridad ni “descuido”, son hechos. ¡Claro que falta civismo entre la población! Singularmente, en un pico de edad elevado a quien habría que exigir más educación. Ni la ciudad puede convertirse en una riada de orines donde se podría practicar piragüismo, ni el botellón en plena txosna marcando territorio es propio de adultos que, para colmo, ¿qué pintan paseando bebés entre charcos de pis? Pero tampoco se puede descargar en la gente toda responsabilidad. La venta ambulante de alimentos de toda clase, a cada paso, sin supervisión sanitaria ni sometida al rigor de quienes sí tienen oficio para ello, no es culpa de quien se traga lo que sea y del que fomenta que todo se venda. La táctica del mal menor para evitar un mal mayor no hay quien la compre. Dirán que ya habla el de “la alegría de la fiesta”. Pero mejor no muramos de éxito. l
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