Hay jueces que deberían acabar como algún árbitro, en la nevera, o como el conductor al que le han birlado todos los puntos del carné por mal comportamiento, no pocas veces a sabiendas, prevaricando. La interpretación legislativa llega a extremos que cercenan toda credibilidad e invitan a catalogar al colectivo judicial como La Toga Nostra, que dicen algunos. Basta desbrozar dos recientes sentencias cuyo argumentario roza el esperpento. La Audiencia de Barcelona acaba de absolver a un acusado de un ataque homófobo en un McDonalds porque entiende que proferir amenazas como “te voy a hacer heterosexual a hostias” o “cuando salgas te voy a dar una hostia que la mariconería se te quita” son “desafortunadas” pero no constituyen un delito de odio y contra la integridad moral porque además no incitó a nadie más a unirse a semejante acción contra la víctima, a la que recriminaba su vestimenta. Que la sangre no llegó al río y miel sobre hojuelas, sostiene el fallo. Días antes, una jueza de Madrid libraba de culpa al acosador de Irene Montero y Pablo Iglesias en su vivienda porque, aunque alteraba su vida familiar, la acción se enmarcaba en un contexto de “decisiones del Gobierno que afectaron a toda la ciudadanía y por las que se recluyó en sus casas a la mayor parte de la población”. Un hecho de “naturaleza política”, alega la magistrada. La Justicia puede ser ciega pero en estos casos lo que tiene es vista de águila. Con su yugo y sus flechas.
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