Los medios de comunicación vivimos de lo que vivimos y la guerra por la audiencia, que lleva bajo el brazo el pan de la publicidad, es un alimento básico. Es una cuestión que se percibe sobre todo en la televisión, con las cadenas jugando constantemente con la baraja de la contraprogramación y buscando siempre emular las fórmulas de éxito del rival, rozando en ocasiones la parodia. La pelea en otros medios como la prensa está más centrada en llegar primero a la noticia. Podría decirse que es más académica, al menos sobre el papel que llega cada día a las manos de los lectores. Lo de la televisión empezó a cambiar evidentemente con la llegada de los canales privados, aquello de las Mamachicho y el Cacao maravillao. Toda una revolución de dudoso gusto que convirtió la pantalla en una feria. Nada que decir respecto a las preferencias de los telespectadores, pero no me pillarán viendo un reality rodado en una isla desierta, que ni es televisión ni realidad, o un programa de entrevistas a famosetes donde el presentador busca ser protagonista. Nada que decir tampoco en relación a las apuestas de programación de las cadenas privadas, que se guían, como todas, por los gustos de la audiencia. Otra cosa es que RTVE fiche a David Broncano por un pastizal o a Julio Jr. y Chábeli Iglesias, sea cual sea la minuta en su caso, con dinero público que también sale del bolsillo de los vascos vía Concierto y Convenio.
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