Como los de tantas otras, sus inicios fueron cosa de los romanos y de su ejército de conquista más de una década antes del año cero. Y como tantas fue ocupada luego por las tribus germanas y destruida posteriormente por los hunos. Los francos, en tiempos de Clodoveo, le acabarían dando nombre. Es la historia de Europa, esa Europa que, siglos después, todavía se trata de construir mientras el caos la amenaza desde el este pero no sólo. Ciudad frontera, centro del eje francoalemán que mueve y sujeta la Unión, acogió ya en 1946 al primer Consejo de Europa y es sede de ese Parlamento que elegimos hoy no exentos de la desidia que proporciona el desconocimiento. ¡Qué lejos se antoja! 1.296 kilómetros. Cuatro horas de avión, escala incluída, y trece en coche. Y sin embargo... No estaríamos donde estamos, no seríamos quienes somos, sin los fondos que han llegado y deben llegar, sí, incluso tarde; sin la financiación médica y farmacológica, también de las vacunas de Pfizer, Moderna, Janssen... ¿se acuerdan?; sin las exigencias del mercado, que nos obligan, pero nos defienden; ni podremos ser, si es que somos, sin las disposiciones climáticas y descontaminadoras con los retos señalados en 2030 y 2050; sin la financiación de la investigación y el desarrollo tecnológico... y sin la necesaria protección de los derechos, individuales y colectivos, y de la paz. Todo (nos) pasa por Estrasburgo, Strateburgus, la ciudad del camino.