William S. Lind es un ultraprotoconservador estadounidense. Sus escritos contribuyeron a la perversidad intelectual de Anders Breivik, neonazi noruego autor de las matanzas de Oslo y Utoya en 2011, hace 13 años. Pero ya mucho antes, en 1989, Lind firmó, por delante de dos coroneles, un capitán y un teniente coronel, un ensayo -The Changing Face of War: Into the Fourth Generation (La Cara Cambiante de la Guerra: En la Cuarta Generación)- publicado en la revista de los marines, la Marine Corps Gazette. Adelantaba, hace tres décadas, características comunes a esa guerra que hoy se multiplica por el mundo, “ampliamente dispersa y enormemente indefinida” en la que “la distinción entre guerra y paz se difumina hasta el punto de desaparecer”. Una guerra que “no presenta grandes campos de batalla ni frentes concretos”, en la que “la distinción entre lo civil y lo militar se desvanece” tras “el desarrollo de robots, vehículos no tripulados e inteligencia artificial” y porque “las operaciones psicológicas se convierten en dominantes, en estratégicas a través de la intervención de los medios y la información”. ¿Premonitorio? Que no lo sea. El ensayo decía que la guerra de cuarta generación “podría llevar en sí las semillas de la destrucción nuclear” con un razonamiento aterrador: “Emparejada con cambios repentinos en el equilibrio de poder y las emociones que despiertan, puede llevar a la escalada a las armas nucleares”.
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