Y yo que creía que términos como cisma, excomunión, herejes o persecución religiosa eran de épocas pretéritas, de cuando la Iglesia realmente tenía poder sobre la sociedad civil y cualquiera que se saliera del dogma de Roma caía en desgracia e iba a los infiernos. Pues vienen ahora diecisiete monjas clarisas de los conventos de Orduña y Belorado y se montan un Brexit divino, rompen todas las reglas y no reconocen a la Iglesia católica. ¡Virgen santa! No es extraño que el insólito proceso haya sido portada en todos los periódicos, los tertulianos hayan hecho escarnio de la decisión conventual y los parroquianos y parroquianas de Orduña, donde hasta ahora estaba afincada la congregación, se hagan cruces. Analizada la situación, al final todo el conflicto se reduce al ladrillo, un concepto nada espiritual, y a dos propiedades inmobiliarias con las que las clarisas quieren negociar mientras el Obispado no bendice la operación porque ve algo raro en la misma. No en vano, la jerarquía eclesiástica responsable, encarnada en Mario Iceta, anterior obispo de Bilbao y actual arzobispo de Burgos, ha puesto el grito en el cielo al enterarse de que detrás de todo este sindios se encuentra un tal Pablo de Rojas, al que precisamente Iceta excomulgó hace un lustro por autoproclamarse obispo cismático y no reconocer a ningún Papa desde Juan XXIII. No, no es de extrañar que se haya montado la de Dios es Cristo.