La instantánea, de Saher Alghorra, está tomada en la carretera que sale de Rafah. Este último lunes. No hay, todavía, destrucción detrás, los edificios siguen en pie, como esperando. Pero el drama se refleja en tres miradas. De tres niñas. Una, la mayor de las tres, apenas cinco o seis años, mira hacia abajo con el entrecejo fruncido por el esfuerzo de llevar a hombros a otra, seguramente su hermana, descalza, con los pies sucios de la arenilla mojada que cubre el asfalto. Los ojos de esta, tristes, apagados pero no llorosos, quizá ya agotadas las lágrimas, también miran al suelo, como si no quisieran ver al fotógrafo. Solo la tercera, que camina detrás, también descalza, mira directamente a la cámara. Y sus ojos se clavan. En el alma. Son una pregunta. Es la incertidumbre hecha mirada. Y cuando llegas a verlos, el resto de la imagen sobra; lo hace incluso otra niña, esta quizá llegue a diez años, que también camina por la carretera y mira a otro lado mientras lleva a un bebé en brazos. El mismo día, la actualidad escupió otras dos fotos: la primera dejaba ver solo la sombra de un hombre delante de rifles de precisión en el stand de una de las más de mil compañías de 60 países en la Feria de Defensa de Kuala Lumpur (Malasia). En la segunda, una docena de jóvenes de diversas procedencias se hacían un selfie en la Global Solutions Summit (Cumbre de las Soluciones Globales) de Berlín que analiza los desafíos claves de la política. Sonreían abiertamente.