SEGURO que, una vez destripado el asunto, sobre todo si implosionan las encuestas, irrumpirá en escena el sociólogo de turno para contarnos eso de que el ciudadano indeciso decidió qué hacer con su derecho al voto mientras untaba la mantequilla en su tostada del desayuno dominical, sacaba al perro u ordeñaba la vaca. Pero, o mucho se confunde mi olfato fruto del torrente de agua que emanó de su órgano constipado hace unas semanas, o, siguiendo el rastro del perfume de la calle, una gran parte del resultado del partido que se dirime en las urnas este domingo ya lucía en el luminoso antes de que arrancara esta campaña que, entre bostezos y festejos, ha pasado entre inadvertida y de refilón. Algo que, si no fuera porque las alubias se juegan en casa, la gente de a pie casi hasta agradece. No voy a proceder a spoilearle mi quiniela, pero no sorprendería a nadie ni hará que el lunes por la mañana, cuando, como decía el lehendakari Ibarretxe, vuelva a salir el sol, sus problemas reales vayan a quedar más atropellados o resueltos: seguirá haciendo números para cuadrar su economía doméstica, rumiará por lo imposible de hacer el viaje de sus sueños, echará mano de la calculadora por si aún puede meter al Athletic en Champions y la sonrisa de quien tiene al lado hará que todos sus males le parezcan pasajeros. Rogaríamos de paso que los protagonistas se pronuncien luego dejando las cuentas claras y el chocolate espeso. Pero sí, es mucho pedir. l

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