NUNCA antes me había planteado qué tamaño tendría el corazón de un bebé, ese órgano que bombea a todo el cuerpo y da la vida. Mi compañera Concha Lago escribía el domingo en estas páginas sobre una inédita operación realizada en Cruces para corregir las anomalías en el corazón y la tráquea de un niña de dos meses. Lo titulaba ‘intervención milagro’ y realmente lo es. Me he imaginado cómo se puede operar ese órgano tan pequeño. Qué pulso hay que tener, la precisión, templanza... en cada momento he llegado a la conclusión de que verdaderamente es un milagro, avalado por el buen hacer de la ciencia pero igualmente milagroso. Pensando en esto e incluso comentándolo con otros amigos me he acordado de un día en el que hablando con un capuchino a su regreso de Ecuador, los que estábamos en aquel grupo le cuestionábamos la existencia de milagros y le interpelábamos sobre las desgracias del mundo y más de ese del que había regresado y donde había compartido infinidad de miserias y muchas muertes gratuitas. Le hacíamos contrastar la bondad divina con la injusticia de los diferentes mundos del planeta buscando su contradicción. Cierto es que nosotros éramos adolescentes y él bastante más sabio y curtido en la vida, a años luz. Fue en un momento de la discusión cuando nos hizo reflexionar y nos dijo: un espermatozoide y un óvulo se juntan y de ahí se forma una persona con todos sus órganos y un gran corazón. ¡Qué más milagro quieren conocer!