ESCRIBO estas líneas antes de que empiece el partido por si, a su término, me da la risa floja y no atino a darle a las teclas o se me empañan las gafas con los lagrimones y no veo la pantalla del ordenador, según se tercie. No por el resultado en sí –es fútbol y ya han muerto más de 25.000 mujeres y niños en Gaza–, sino por mi tendencia a empatizar hasta con los bichos bola. Con los bichos bola y algunos humanos porque a otros no hay por dónde cogerlos. Estos días me han llamado la atención aquellos que tienen vocación frustrada de monologuistas de El Club de la Comedia y se han quedado, por ejemplo, en cura. Me refiero concretamente –que no cunda el pánico entre los parroquianos– a ese sacerdote de la archidiócesis de Toledo que en una tertulia on line manifestó: “Yo también rezo mucho por el Papa para que pueda ir al cielo cuanto antes”, lo que fue secundado, entre risitas, por algunos de sus colegas. Los promotores de la charla lamentaron después el “desafortunado comentario, dicho en tono de humor”, y negaron que exprese “deseos de la muerte del Papa, como algunos medios maliciosamente han difundido”. Pues como no quisieran que fuera al cielo a darse un garbeo en globo aerostático tú me dirás. Podrían solicitar plaza en la chirigota de Cádiz que cantó, tras el incendio, “muchos con las fiestas no tienen paciencia, que han adelantado este año las Fallas en Valencia”. Paciencia, toda. Tolerancia con los miserables, cero.

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