El Instituto de Empresa Familiar celebró su congreso el lunes pasado en Bilbao. Una cita que ha dado mucho que hablar por la polémica reacción de una parte de los asistentes durante la intervención en euskera del lehendakari. Lo cierto es que muy pronto entendí que estaba fuera de sitio. Me había incrustado entre los empresarios, aunque la prensa tenía un lugar específico. De modo que cuando se anunció la entrada de “su majestad el rey” y los asistentes reaccionaron de forma desmedida, hipérbole en estado puro, aplaudiendo casi con violencia todos puestos en pie –salvo un hombre que no llegaba a los 30 años– tuve la certeza de que el aforo no me representaba. “¿Qué harán cuando diga algo?”, pensé sentado, sin aplaudir, y temiendo que el entusiasmo acabará por llegar en forma de saliva en mi chaqueta. Así que con ese precedente no me pareció del todo extraño lo que ocurrió durante la intervención del lehendakari. He de decir que el murmullo de los que estaban en mi zona venía a cuestionar la ausencia de traducción. Pero también hubo un evidente intento minoritario de boicot, proporcional a la cuota electoral de Vox. Tal vez si el resto de los asistentes, o algunos, hubieran pedido silencio, la cosa no habría llegado a mayores. Pero que sepa su majestad que mientras él hablaba había empresarios mirando el móvil, como ocurrió con el lehendakari. La diferencia es que, en un alarde cortesano, a Felipe le aplaudieron a rabiar pese a la insoportable futilidad de su discurso.