TRES hurras –o tres likes, para que me entienda la Generación Z– por Simona Caterbi, la mujer de 75 años que ha recurrido a la Justicia italiana para poder desalojar de su casa a sus hijos, dos ninis cuarentones que, más que hacer ventosa, se habían fusionado ya cual tranchetes con el sofá. La pobre había intentado convencerles por las buenas de que se independizaran, pero, a mesa y lavadora puesta, sus argumentos se los habían pasado por el forro de los cojines... del susodicho sofá. Vamos, que no le ha quedado otra que alegar ante los tribunales que sus dos joyitas no solo no aportaban un euro a la caja común, sino que tampoco pasaban la aspiradora, horneaban pizza ni clavaban un clavo. Afortunadamente le han dado la razón y deberán ahuecar el ala antes del 18 de diciembre, así que, si anda lista, se ahorra las comidas de Navidad. En la sentencia, pese a la obligación que tienen los padres de alimentar a los hijos, se tiene en cuenta que estos “son sujetos mayores de cuarenta años”. Que lo mismo no saben ni freír un huevo, pero siempre pueden darle a la comida basura y los precocinados. Además, ahora es ella quien tiene la sentencia por el mango. Admiro a esta septuagenaria por no darse por vencida y por pasarse el sangre de mi sangre por el mismísimo tapete del sofá, que por fin disfrutará a solas. Gracias, Simona, por sentar precedente. Yo ya me lo he fotocopiado por si acaso.
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