En este cúmulo de desastres llamado mundo, la mayoría producto del hombre, que soporta dramas y colecciona muerte con idéntico tesón con que los provoca, es difícil encontrar un frase más lúcida. Ni más actual. “No se puede ganar una guerra como tampoco se puede ganar un terremoto”. La pronunció, claro, una mujer. Y no se quedó en las palabras, en esto de los desastres de las guerras casi siempre inútiles cuando no huecas. Jeannette Rankin, primera congresista de la historia de EE.UU., fue el único voto de la Cámara contra la participación en la I Guerra Mundial, volvió a ser el único contra la II Guerra Mundial, lo que le acabaría costando su carrera parlamentaria, y lideró y dio nombre a la brigada de miles de mujeres que se opusieron a la guerra de Vietnam. Conviene recordarla ahora, cuando el Nobel de la Paz se ha concedido a otra mujer, la iraní Narges Mohammadi, encarcelada por un régimen que es todo menos inocente en este mundo convulso que explota. “No puede haber ningún compromiso con la guerra, no puede ser reformada o controlada; no puede ser disciplinada en la decencia o codificada en el sentido común; es la masacre de seres humanos”. También lo dijo Rankin. En 1929. Ha pasado un siglo y el hombre sigue de guerra en guerra y tiro porque me toca según desarrolla negocio y tecnología para seguir matándose de modo cada vez más eficiente e inhumano. Con cualquier impúdica excusa.
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