NO me considero analista internacional, pero en realidad no hace falta serlo para darse cuenta de que la pretensión de la Unión Europea de suspender la ayuda humanitaria a Palestina iba a provocar mucho más dolor. Hace 20 años tuve la oportunidad de visitar la Franja de Gaza con unos médicos palestinos que iban con sus maletas cargadas de medicamentos para una población que apenas disponía de aspirinas. La situación que me encontré fue devastadora, madres que no tenían para dar de comer a sus hijos, centros de salud desprovistos de antibióticos, escuelas cerradas... Miles de palestinos luchan por sobrevivir en ese pequeño territorio de poco más de 41 kilómetros de largo y 10 kilómetros de ancho, con una de las densidades de población más altas del mundo. Si ya lo tenían difícil, hubiera sido imposible sobrevivir con los cortes impuestos por Israel de los suministros básicos, incluido el agua, la electricidad y los alimentos, tras los ataques terroristas de Hamás. Tampoco puedo ni imaginar la tragedia que estarán viviendo los familiares de los civiles capturados en Israel y que esperan tener noticias de sus hijos, padres o cónyuges. En las guerras se producen víctimas inocentes en todos los bandos, vidas que se quiebran para siempre. La comunidad internacional tendría que optar por promover el diálogo y no por la represión. Sea el bando que sea.

mredondo@deia.eus