LOS niños de hoy no pierden la inocencia cuando descubren la trama familiar de los regalos de Navidad. De un tiempo a esta parte, la búsqueda más ingenua en internet puede acabar para siempre con el espejismo. O las criaturas se pueden topar con una serpiente de su edad que maneja otras tradiciones religiosas y decide en una tarde de coraje pinchar el globo ajeno. Antes era más complicado. El riesgo era menor sin la autopista digital y con menos variedad cultural. Así que, cuando a uno se le caía el andamiaje ilusorio de Olentzero, los reyes magos, Santa Claus o quien fuera el mítico regalador, sentía la inestabilidad de la adolescencia como el viento frío de la Antártida. Las cosas son ahora diferentes. Por ejemplo, los niños pierden hoy la inocencia cuando deciden monetizar su cumpleaños, pedir dinero a toda la familia y comprarse un iPhone puturrú que a sus aitas ni se les pasa por la cabeza tener, por su precio y porque no lo necesitan. Tampoco lo necesita un niño de 13 años. El mundo digital ha convertido a nuestros hijos en francotiradores del consumo. Están expuestos a un escaparate con la persiana subida las 24 horas del día por el que desfilan el último modelo de zapatillas, las camisetas más cool o la punta de lanza de la tecnología. Un peligro constante que está revolucionando el comercio en general y sobre todo entre los jóvenes. Igual es cosa de hacerse mayor, pero me asalta una duda: ¿Qué ocurrirá cuando los adolescentes de hoy tengan su propia tarjeta de crédito?
- Multimedia
- Servicios
- Participación
