ESTO de juntar palabras, solo juntarlas, hace tiempo que dejó de ser extraordinario. Hoy lo hace cualquiera que accede a ChatGPT, CopyAI, Writesonic u otro de los muchos émulos del intelecto natural que, quizá por error, se ha supuesto al conjunto de animales que formamos la especie humana. Coge de aquí, quita de allá, corta esto, pega aquello, te sale un discurso que sirve lo mismo para investidura que para censura, así en pareado. Una chufa. Total, era sabido que Feijóo se iba a quedar sin investir, o sea, en pelota picada, como el emperador del cuento de Andersen. Además, en el Estado que nos ocupa, artificial como todos pero más artificioso que la mayoría, siempre hay quien vende como inteligencia política lo de tirar ideas al aire para que algún simulador de cerebros haga un patchwork con ellas. “Tengo a mi alcance los votos para ser presidente, pero no acepto pagar el precio que me piden”, dijo él, apóstata del sistema parlamentario. Aplaudieron los suyos. “Fuera de la Constitución no hay democracia”, dijo él, encarcelador de derechos y libertades en un texto y su contexto. Aplaudieron los suyos. “A la decadencia política española contribuye que la aportación de soluciones se sustituya por la generación de nuevos conflictos para que los ciudadanos tengan que posicionarse con unos u otros”, dijo él, retratista del PP desde Aznar. Y aún aplaudieron los suyos. ¿Inteligencia? Un artefacto. La chufa.