A los que pregonan que Feijóo ganó las elecciones hay que recordarles que las urnas no proclaman ganadores ni perdedores, miden los apoyos de cada partido. Nadie ha ganado ni perdido nada todavía. De hecho, si en las papeletas figurara el nombre del candidato a la presidencia y sin circunscripciones el resultado sería casi un empate. El PP ha concentrado el 33% de los votos y el PSOE, el 31%. Traducido a diputados, los populares tendrían 116 escaños frente a los 111 de los socialistas. No se sostiene el mantra de que los españoles han dicho en las urnas que quieren que gobierne el PP. Después de una campaña de tierra quemada, sondeos errados -al parecer el que más se ha acercado es Tezanos- y errores de bulto por su parte, Feijóo se ha quedado compuesto y sin novios. Su única salida no le alcanza. En cambio, el Sol vuelve a brillar para Sánchez, acostumbrado a hacer concesiones para contentar a sus socios -aunque no siempre cumple la palabra- y que básicamente es el mal menor. Se podría decir que, a pesar de la presión desde Waterloo, el líder del PSOE tiene la investidura más o menos cerca. Es cierto que el entorno de Puigdemont ha puesto condiciones: amnistía y autodeterminación, pero habría que preguntarse si los catalanes que votaron a Junts lo hicieron solo por salvar el pellejo de su presidente y si el sector del partido que encarna Xavier Trias va a permitir un bloqueo ligado al independentismo. Ahí y en la capacidad para sumar otros respaldos está la clave para ganar las elecciones.