Hay varias posibilidades cuando te quedas ojiplático o la realidad te enmienda el escenario. Las elecciones no han puesto a nadie en su sitio sino que han dado la salva de bienvenida a unos meses frenéticos donde los denominados cuarteles generales van a parecer una multinacional de moliendas después de la noche de los cristales rotos o de los lindos escaparates. Todo espasmos. Pocas veces hemos visto un arranque de campaña sin terminar de digerir los resultados nocturnos. Hay una sensación de guerra de almohadas con muchas plumas por el aire y patadones en el tablero, magullones y rímeles corridos. Es lo que tiene la ruptura de esquemas, el descoloque y las sorpresas gordas, las buenas y las malas. Conviene en ambas gestionar bien el éxito y el fracaso, esos que nunca van juntos pero siempre suceden incluso a los mismos y tienen algo muy parecido en cómo trajinarlos. El éxito es todo lo que pasa mientras logras tus objetivos y el fracaso solo lleva a la construcción. El resultado es hoy un altísimo rendimiento en las salas de máquinas, donde cada uno reenfoca y al ciudadano no le queda otra que esperar a la siguiente ola como estación de destino, cuando a 24 horas de las últimas elecciones ya estamos en el hall de las siguientes. Se nos junta la cena con la comida y al resacón se une un estomagante empacho. Empieza otra carrera, ahí justo donde no importa el sitio en que te pares, sino hacia dónde te mueves.