No debe extrañar la prudencia de Kimberly S. Budil, máxima responsable del Lawrence Livermore National Laboratory (LLNL), donde se acaba de lograr el hito científico de la primera fusión nuclear que produce más energía que la que necesita. Cuando la doctora Budil habla del paso de un par de décadas para la aplicación práctica de la que es una fuente energética limpia e inagotable, lo hace con conocimiento de causa: la construcción en el LLNL del NIF, la instalación de ignición en que se desarrolló el experimento, se inició en 1997, debía estar concluida en seis años con un presupuesto de 1.100 millones de dólares y costó 12 años y 3.100 millones (una nimiedad si se recuerda que la UE invertirá 20.000 millones de euros en acelerar la transición climática y reducir su dependencia de los combustibles fósiles). Y, sobre todo, Budil conoce el orden de prioridades: lleva desde 1994 trabajando para el gobierno estadounidense en los departamentos de Seguridad Nuclear, Seguridad Interior, Defensa y Energía y dirige un laboratorio que se define como “institución principal de investigación y desarrollo para la ciencia y la tecnología aplicadas a la seguridad nacional”. Es decir, que el primer objetivo de sus 1.500 millones anuales y sus 7.000 empleados es asegurar la seguridad y fiabilidad de las armas nucleares de EE.UU. Como dijo Albert Einstein, hay una energía más poderosa que la eléctrica o la atómica: la voluntad.