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El tamaño sí importa

Prueba conseguida. He rescatado las guirnaldas del siglo XIX, y las bolas desconchadas, y he puesto el árbol de Navidad. Ha costado ¡eh! No entiendo por qué hacen tan pequeños los hilos para colgar los adornos. ¿Cómo han pasado los controles de calidad? Cuesta horrores engancharlos en las ramas. Que yo me pregunto ¿de qué grosor tendrán los dedos los chinos? Cuando entras en una casa y ves un árbol grande, natural, ya adivinas el poderío. Porque el tamaño sí importa. Un abeto frondoso, alto, que toca el techo, habla por sí solo. En Instagram veo que los ricos ponen árboles blancos, rosas, morados, abetos temáticos... ¿Dónde está el verde de toda la vida? Sin embargo, los pobres mezclamos todo, las figuritas obsoletas, con las bolas multicolores y el espumillón apolillado en el trastero. Pero lo peor, con mucha diferencia, es colocar las luces. Tres horas para desenredar la cadeneta que hasta la he tenido que colgar de la barra de la ducha y he estado deshaciendo tiras como si fueran las trenzas de Rapunzel. Para que luego las enchufes y solo funcionen la mitad. Al principio descarté ponerlas, dada la factura de Iberdrola. Así que no entiendo esas casas tan iluminadas que parecen aeropuertos. Pero bueno, ya. Por delante me ha quedado feo. Pero la parte de atrás, la de la pared, está horrible. Aunque no creo que llegue a fin de año. Se pasa el día haciendo striptease con las fibras de plástico.

clago@deia.eus