PENSÁBAMOS que ese trajín de bolsas de dinero entre políticos era un escándalo de arranque de milenio, una cosa muy marbellí, de puro, tonadillera y cachulis. Existió un tiempo, querida chavalería, en que algunos políticos incrementaban así su patrimonio, a base de pelotazos y trasegar fajos de billetes en bolsas de basura como el que trajina las bolas de árbol de Navidad. Eran cosas del pasado, de esos mal llamados servidores públicos que solo pensaban en un bien común, el de todos y para ellos. Y cuándo pensábamos que la corrupción estaba desterrada o, al menos, aislada con la manoseada tolerancia cero a esta vieja rutina del poder, llega Europa desde la vicepresidencia de su Parlamento y de la mano con Catar haciendo lo que mejor sabe, pagar y hacer negocio. El escándalo de corrupción que salpica a la Eurocámara lo hace con tintes burdos al estilo Malaya, con el padre de la vicepresidencia cazado in fraganti con las bolsas del delito en el mismo corazón de Europa y de la vicepresidencia para influir a favor de Catar en las decisiones políticas. Tiene mucho de glamur- caspa pero la institucional Bruselas, tan solidaria con los fondos europeos, tan resuelta con el mercado del gas, con su supremacía política y su elefantiásica estructura hoy nos sorprende con sus redadas evocando las burbujas del jacuzzi, las mamachicho y tal y tal... Una vieja estampa instalada en el pulmón del proyecto campeón de los principios y valores.

susana.martin@deia.eus