LA equidistancia es ese cojín mullidito y suave que nos hace sentir bien sin tomar partido, no sea que no nos beneficie. El confort del cojín te hace empatizar con las víctimas de violaciones de derechos humanos, de las mujeres o la explotación de migrantes a través de un rechazo que es como un amén a todo pero sin mojarse lo suficiente para que nadie te acuse de no ser fiel a las causas. Algo así nos va a pasar con la información de este Mundial sucio, farsante, hipócrita y lleno de equidistancia de los que se asomarán al espectáculo del fútbol y sacarán a la vez a pasear el punto morado del día contra la violencia machista que, casualmente, nos va a pillar en pleno campeonato. Igual que los derechos LGTBI, con la homosexualidad perseguida en el país de los grandes estadios para albergar un deporte que ya es el armario más grande del mundo. Y cómo nos gusta protestar puño en alto contra las injusticias del planeta y de casa pero, ay la equidistancia, confortable y conveniente, con estos generosos siete mil kilómetros que la geografía nos ha regalado como coartada, a quién se le va a ocurrir intervenir si somos meros espectadores. Cómo nos vamos a perder a Mbappé, a Nico y a Harry Kane y no contarlo en el mismo sitio donde denunciamos las formas de violencia junto a la censura que tendremos que tragar dedicando horas a un país con una pinza en la nariz. Con opinión eso sí, pero sin ejemplo, que sigue siendo la fórmula más eficaz para que el mundo no cambie.
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