Atope con el Athletic en una puesta en escena insuperable y con la parroquia entregada, como siempre, pero más cuando aparece esa chispa que enciende las pasiones en la grada. Y qué decir de ese momentazo en el que los jugadores se acercan a los animados del fondo para bañarse en la efervescencia incondicional de una afición entregada desde los dientes de leche. Comparto esa ilusión irracional e ingobernable. Aurten Bai! Contagiado en gran medida por la volatilidad adolescente de los okupas que pululan en mi casa. Emociones que te hacen olvidar cuestiones tan importantes como la escalada de la inflación, la certeza de que la hipoteca seguirá subiendo como la espuma los próximos años o la sensación de que nos van a pegar un buen pellizco a la jubilación. En la época en la que las marquesas facturan sus desamores en televisión, constatamos que la lotería es la única posibilidad de subir pisos en el rascacielos del estatus social. Afortunados aquellos que pagan Impuesto sobre el Patrimonio, el resto heredaremos el reino de los cielos. Y mientras la fiscalidad se convierte en un mercado persa en el que se vende el futuro de los que dependen de la solidaridad de los contribuyentes que ingresan, mucho o poco, cada mes, asistimos a un festival en el que una élite juega a la gallina ciega de la elusión fiscal. Aquí es cuando toda esa emoción que despierta el Athletic se le cae a uno a los pies y le lleva a volver a la realidad: ganarse el sueldo día a día.