Krzysztof Kielowski dirigió una magistral trilogía cinematográfica sobre la banalidad de tres grandes conceptos (libertad, igualdad y fraternidad) elevando al título los colores de la bandera francesa y buceando entre el drama, la comedia y el thriller. El color importa porque es lenguaje, comunica, despierta sentimientos y resulta emocional, de ahí que a veces una imagen valga más que mil palabras. Pero tiene tantas lecturas que no pocas veces confunde. De hecho asociamos el negro a las tinieblas y la muerte cuando también puede casar con la elegancia, y no he visto cosa más preciosa que un gato llamado Beltz cuando los supersticiosos, por ejemplo, saldrían corriendo. Viene esto al lío montado en la redes, cómo no, por la Ariel negra que Disney ha recreado en la nueva versión de La sirenita, y que ha provocado una reacción furibunda en los puristas –perdón, de los racistas– de la tradición cuentista. No es que a la compañía del entretenimiento le haya dado por ser inclusiva, que ya era hora, sino que ya tiene la polémica necesaria para recuperar su inversión en un producto del que veremos su calidad artística. Otro tanto pasa con la genial idea de Laporta de que el Barça vista de blanco impoluto el próximo año con tal de sanear el saqueo de quienes le precedieron. Ya lo decía Lina Morgan: Celeste no es un color. Ni todos los morados son rojos, ni todos los rojos reparten rosas. Depende de qué ojos lo miren. l

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