VALE que las canceladoras del transporte público nos cobran menos desde ayer, pero no se confíen. Cuando menos se lo esperen, habrá una máquina de café que no les devolverá las vueltas. O lo que es peor, que les dejará en ridículo. Por ejemplo, si es su primera vez y carecen de instrucciones. Yo he provocado retenciones intentando averiguar cómo se suprime el azúcar. Ya con público suficiente como para bailar la conga, fui a retirar el vaso y me escupió en la mano una última chorretada hirviendo. Al parecer hay que esperar a que suene un pitido. Aproveché que no tenía el dedo corazón escaldado para hacerle una peineta, pero sé que me la tiene guardada. Las máquinas para recargar la Barik también son unas vacilonas. Te devuelven los billetes arrugados una y otra vez como si te estuvieran sacando la lengua. Yo ahora llevo una plancha de viaje en el bolso. A ver quién se ríe la última. Con las expendedoras de snacks no puedo. Son retorcidas. Como las espirales que atrapan en la última milésima de segundo, con los jugos gástricos ya a pleno rendimiento, el paquetito de cacahuetes por una esquinita. Ya puedes practicar boxeo que no lo sueltan. A veces tampoco el dinero. Y con el hambre y el último euro que te quedaba no se juega. Por si fuera poco para descifrar a algunas de la OTA hay que sacar un máster. Lo dicho. Las validadoras se hacen ahora las buenas, pero todas están conjuradas.
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