ERA 2007 cuando, además de apoyarse en un primo catedrático de Física de la Universidad de Sevilla, Mariano Rajoy ignoraba el cambio climático con la siguiente reflexión: “He traído a diez de los más importantes científicos y ninguno me garantiza el tiempo que hará mañana. ¿Cómo alguien puede decir lo que pasará dentro de 300 años?”. Las consecuencias catastrofistas verán reducidos sus plazos a tenor por cómo nuestros espacios naturales más cercanos son estos días un horno crematorio y al divisar espantados cómo las llamas devoran hasta la urbe británica, paradigma de la refrigeración. En este trance irrumpe el pirómano de turno de la ultraderecha, en plan Alonso Quijano, para censurar la “religión climática” y abrazar que “el planeta se caliente un poquito” porque eso “evitará muertes por frío”. Y en estos tiempos donde, como decía Galeano, vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto y el físico más que el intelecto; el PP se topa como nuevo fiscal general con quien contradijo a Feijóo por denunciar sin pruebas la existencia de una trama de “terrorismo incendiario”, a la postre profesión dialéctica en estas filas. Hoy que las playas donde nos bronceamos se estrechan, que perdemos los montes donde echamos la siesta de verano, y que acudimos al curro con ventiladores del chino y repelente de insectos sin que el aire salga por las ventanas, resulta imposible que no echemos fuego por la boca.

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