S evidente que quien definió como monarquía parlamentaria el sistema político salido de aquella bulimia de libertades que fue el régimen cometió un craso error de orden, seguramente por falta de costumbre tras cuatro décadas sin alternativa al impuesto. No cayó en que la transición del franquismo a esto que nos ocupa a la fuerza -o, a ver si se entiende, a las fuerzas que nos ocupan- instauraba en realidad el revés de la definición: un parlamentarismo monárquico. ¿O no lo es si la mayoría en Congreso y Senado la conforman desde entonces fuerzas políticas uniformadas como guardia real y que tienen como principio y fin, más allá de sus principios y fines incluso, la defensa de la corona? Y eso que son los que se dicen herederos de quienes finiquitaron la monarquía en 1931 para instaurar la República y los legatarios de quienes acabaron con la República en 1939 para no reinstaurar la monarquía sino instalar al de la monorquidia en su dictadura. Ambos al alimón, que en lo taurino es sujetar el capote entre dos para dar un pase al toro, hicieron el martes -víspera del 45º aniversario de las primeras elecciones del 15 de junio de 1977- barrera con la Mesa del Congreso frente a la propuesta del PNV para eliminar la inviolabilidad del rey, quien como un autócrata seguirá sin poder ser juzgado. Mera física del desplazamiento, el régimen salido del régimen aún hoy carga más de un lado, el derecho. l