L otro día me cayeron una pila de años de golpe. De esos que computan en el DNI, mientras una se hace la sueca. Hasta que el crío me puso en mi sitio. Y todo por preguntarle que si quería llevar un juguete nuevo al cole para "fardar". "¿Fardar?", dijo arrugando la nariz, como quien oye suajili. "Ama, los niños dicen presumir. Fardar parece el nombre de un antílope extinguido". Una humillación lingüística en toda regla que me hizo aterrizar en mi edad sin anestesia y asumir que, fallecido Camilo Sesto, ya solo servidora y cuatro más de su quinta dicen "mola mazo". También me ha hecho sentirme más de una vez obsoleta la innombrable, que, como buena adolescente, solo se alía con su hermano para hacer el mal. "¿Estás rayada?", le pregunto haciéndome la maja y la moderna, porque anda dándole vueltas a qué rama de Bachiller escoger. "Inquieta", me suelta mirándome desde las alturas. Ni nerviosa, ni preocupada. Inquieta. Que eso yo solo se lo he escuchado decir a Esperanza Gracia, la vidente que te pide que la llames "si hay algo que te inquieta, te atormenta o te preocupa". Yo no la hago caso, claro, porque estaría todo el día al teléfono y no sé vivir solo con la mano izquierda. Este golpe bajo se lo guardo porque de aquí a que rellene la matrícula tendrá quince crisis existenciales. Quién tuviera un agujero negro a mano para perderse hasta que termine el plazo. l

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