L mundo finiquitó el contrato de 2021 hace ya para nosotros casi doscientas horas. Un cese aquejado de reforma laboral, que no ha tocado las minimizadas obligaciones del despido, para firmar otro de sustitución con 2022. A jornada completa, pero de obra. Por un año concretamente. Dentro de 356 días -hoy es ya 9 de enero, víspera de la cuesta- este año que acaba de iniciar el relevo en condiciones tanto o más precarias que su antecesor en el cargo de contable de vidas dejará el empleo vacante. Quizá entonces, quizá sí, seguramente no; el siguiente se desempeñe en otras condiciones. Pero eso no depende tanto del año como de quienes lo empleamos con soberbia y en la escasez, las que tienen luego reflejo en la cuenta de resultados. Efectivamente, este año de Dios, 2022, no es sino consecuencia de anteriores en los que la abulía condicionaba la práctica del pasado y la despreocupación, el diseño del futuro. Dicho en pareado, las restricciones de hoy son producto de las imprevisiones al gestionar el ayer, o el antes de ayer, y de las pretensiones que se anuncian para gestionar el mañana o incluso pasado mañana. No sé si me explico: lo que hoy no podemos hacer era la letra pequeña del permiso para hacer lo que hacíamos, o lo que nos dejaban hacer, y una escondida nota a pie de página en el plan de lo que haremos, o lo que nos dejarán hacer. 2021 cumple hoy nueve días de jubilación y tal vez no debamos notar su falta. Tal vez.

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