LTIMO fin de semana preNavidad y, nunca mejor dicho, somos una maría doliente camino de un pesebre extraño. Como cantaba Cafrune, "las penas y las vaquitas / se van par la misma senda / las penas son de nosotros / las vaquitas son ajenas". Y perdonen el incumplimiento en materia de igualdad, que las penas siempre son más de género femenino, pero la letra la escribió el siglo pasado un gaucho descendiente de emigrantes sirios y libaneses. Sí, ya entonces emigraban... y va para 44 inviernos pamperos que calló aquella voz profunda. Ya ven, el mundo ha cambiado poco: el pesebre sigue siendo de otros y las vaquitas, también. Nosotras -así cumplimos la cuota- nos arrastramos fuera de cuentas porque estas, las cuentas, no nos salen. Aunque hagamos muchas. Hace tiempo que el IPC pedalea dopado en fuga mientras los salarios han sido barridos al coche escoba dos décadas después de aquella enorme promesa denominada euro. Las cuentas duelen, no salen, en tantas cosas... Dos años se han cumplido desde diciembre del 19 y del pangolín nada se sabe ya -¿alguien sigue investigando el principio del fin de los tiempos? Silencio, se rueda- mientras la sexta ola causa más contagios que ninguna otra y la culpa es de algo a lo que le han puesto por nombre la 15ª letra del alfabeto griego, la 'o pequeña' (menos mal que no la bautizaron omega). Tiene razón Urkullu al decir que "la sociedad está intentando aguantar". El arriero va, la arriera va...

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