O está pagado ni en B, haces el trabajo sucio y otro se apunta el tanto. Ejercer de personaje navideño en la clandestinidad es un marrón. "Ver sus caras al abrir los regalos lo compensa todo", dicen. Llámenme descastada. Cubito de hielo, si lo prefieren, pero no. Le compensará al comercio. Porque la ilusión a las criaturas, que a veces no saben ni qué pedir, les dura lo que tardan en triturar el papel. Serían un filón destruyendo documentos clasificados. En fin, que el efecto esteeselmejordíademivida se diluye en unos instantes, mientras que los duendes irregulares metemos horas extras a tutiplén -a las de fuera del trabajo, me refiero- para encontrar el Pokémon más raruno del universo o el único set de Lego que está agotado entre un millón. La operación consiste, para que se hagan una idea, en hacer rondas rutinarias por las jugueterías kilómetro cero, a las que añades los fines de semana las de los centros comerciales y extrarradio. Paralelamente, hay que difundir el Santo Grial de cada familia por WhatsApp y redes sociales por si otra se lo topa mientras busca el suyo. Todo ello sin olvidar el rastreo en las plataformas on line de confianza, las de cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia y las de te llega o no te llega, que deberían estar reguladas como juegos de azar. Todo este curro y ni siquiera desgrava. Que como nos pongamos sinceros, se va la Navidad al garete... Y no es una amenaza. Emoticono de El Grinch.

arodriguez@deia.eus