ADA vez que se publica el dato de contabilidad nacional, que no es otra cosa que contar las operaciones comerciales y fiscales y traducir a moneda la actividad económica, me sacude la misma incertidumbre: cómo es posible que un ejército de cosechadores de datos recoja todos y cada uno de los datos que componen el puzle del Producto Interior Bruto y que no se dejen por el camino ningún apunte clave. Y mejor no hablamos de la economía sumergida, que tiene impacto directo en el súper, en El Corte Inglés y en la cafetería, pero que se mueve en registros de onda que dificultan la lectura. Por ello, uno se deja invadir por el escepticismo cuando se presenta una cifra con decimales que, en teoría, indica cuánto ha crecido el país. Lo habitual es que al común de los mortales no le cuadre las cuentas. Desde ese confeso desapego, resulta inasumible -todo un revolcón aritmético- que el INE explique orientado al tendido con la mirada de Manolete que ha errado en nada menos que un 1,7% el cálcullo de crecimiento del segundo trimestre del año. Se suponía que el PIB había crecido un 2,8%, pero el avance fue de solo un 1,1%, menos de la mitad. El motivo oficial es que solo se habían contabilizado los datos hasta mayo en algunas variables. Imagino a la ministra de Industria, Reyes Maroto, con el brazo en el hombro de Pedro Sánchez, mirando al volcán de Las Palmas: "Tranquilo, presi, que esto tiene un impacto de cinco puntos en el PIB y ajustamos cuentas".