HAY algo muy humano en la reciente dimisión del ministro de Sanidad británico Matt Hancock tras ser cazado por una cámara de seguridad con las manos en la asesora. Lo primero porque a quién no le han llamado "inútil" alguna vez, salvo que sea tu primer ministro, que como todo el mundo sabe, es el colmo de las cabezas bien amuebladas. El ya extitular de la Sanidad inglesa, que venía arrastrando por toda la Commonwealth el ser proclamado un idiota, ha dejado el cargo tras la infidelidad porque se había saltado en medio de una pandemia la distancia de seguridad, el famoso metro y medio que los ingleses con sus cosas convierten en pulgadas o pies. Harto de ser tratado como un inútil, decidió poner en marcha algo realmente rentable situando la dimisión mirando lo mismo a los aerosoles que a la bragueta. Con su historial, a mí me da la impresión de que la asesora acabó siendo el camino más corto para su particular Brexit porque si uno dimite, dimite de verdad, con causa, como los rebeldes de toda la vida. El hombre, al que una le imagina atribulado de tanta gestión pandémica, pidió disculpas por romper las normas sobre el distanciamiento social y dimitió dos días después de que Jonhson diera luz verde a los ciudadanos de la Gran Bretaña para viajar a Mallorca. Otra isla pero llena de bachilleres donde las mascarillas te las puedes poner en la cabeza. Bye.

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