O escarmentamos. Ni en cabeza ajena ni en la propia. Las balas nos pasan cada vez más cerca, pero nos exponemos al fuego enemigo como los héroes descerebrados de las películas de acción. Bastó que ayer nos dijeran que Euskadi había entrado en riesgo amarillo, al bajar la incidencia acumulada en los últimos catorce días de 300 contagios por cada 100.000 habitantes, para que todos empezáramos a hacer planes, aunque solo fueran mentales, de lo que vamos a poder hacer a partir de ahora. Unos soñaron con desplazarse algo más lejos que al municipio colindante. Otros imaginaron una mañana de paseo por la orilla de la playa o en la ladera de un monte. Alguien esbozó una sonrisa al entrever en sus deseos la posibilidad de volver a cenar con la cuadrilla, no con tres personas más, en un restaurante, el txoko o el domicilio de algún amigo. Los noctámbulos se quitaron las gafas de sol para disfrutar de esa primera noche ya sin toque de queda. Ansias de libertad que llevan consigo el peligro del rebrote, de la recaída, de la cuarta ola que algunos epidemiólogos atisban en el horizonte. Las autoridades sanitarias no parecen estar por la labor de abrir la mano. Y es que, vistos los antecedentes navideños, parece sensato pensar que aún no estamos preparados para afrontar la nueva normalidad. Pero deberán ser los responsables de Salud los que nos digan qué podemos hacer y qué no. Solo recomendarlo no basta.

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