O encontrará en estas líneas quien le alegre la noche, ni el día, porque cuesta encontrar qué podemos celebrar. Más allá de los 76.000 muertos oficiosos, que ni siquiera oficiales, en el Estado español causados por el covid-19 y sus circunstancias, que no es poco, se adjunta al drama de su pérdida todo un hilo de tragedias. La que arrastran unas 750.000 personas en situación de ERTE y un horizonte próximo al desempleo puro y duro que ya sufren 3,8 millones de ciudadanos; la que padecen sectores como el turístico, hostelero, automoción o de la comunicación, entre otros; la de los cerca de 31.000 vascos que pasan una noche como esta en la soledad más absoluta carentes de red social de afecto; la angustia de quienes, aun habiendo superado la enfermedad, soportan secuelas de dudosa resolución; la de quienes no guardan dos metros de distancia sino miles de kilómetros incluso estando cerca... El pavor a una tercera ola; a una nueva mutación devastadora; a tener que seguir bajo las órdenes de una clase dirigente que pasó de estar en la inopia a servirse de la pandemia en forma de rédito político; de asistir a nuevos brotes del terror allí donde muchos de nuestros mayores buscan un hogar de retiro y no de negocio; de ver superados a nuestros sanitarios... O la infinita tristeza de no poder desear un feliz año a quienes nunca volverán a estar a nuestro lado. Si quiere vacunarse contra la adversidad, deje la fiesta para otra ocasión. La habrá.

isantamaria@deia.eus