ASI se puede sentir la punta de la aguja, pero la llegada de la vacuna no invita al mayor de los optimismos. Primero, porque las autoridades, alineadas con el mismo barniz histórico con el que se poducirá hoy la conjunción de Júpiter y Saturno, avisan de que la cosa va para largo. Y regatean hasta última hora con las restricciones en Navidad a riesgo de que más de una familia se quede con la nevera llena de langostinos. Por si fuera poco, tampoco llegan buenas noticias desde el punto de vista de la economía. Como era de esperar tras el paso del ojo del huracán y aunque la cola sigue azotando, las empresas están ajustando plantillas y producciones. Los fabricantes aeronáuticos y de la automoción son los que están siendo más activos en ese frente, pero los efectos de sus decisiones no tardarán en notarse en su cadena de suministros. Ocurre que, a pesar de la asfixia que está sufriendo el sector de la hostelería, sus clientes están ahí, esperando el fin de las restricciones -la prueba se vio el pasado sábado por Algorta- para volver a pisar con fuerza los bares. El reto del sector es resistir hasta que llegue el momento y no les falta razón al pedir más apoyo público. En cambio, la industria, además de resistir, está obligada a reinventarse, poco menos que renacer, porque cuando se normalice su actividad lo más probable es que sus clientes demanden productos diferentes o que parte de su mercado haya cerrado y tengan que buscar nuevos horizontes geográficos y tecnológicos.