OMO les supongo ya de vuelta de sus vacaciones de proximidad, -el término que eufemísticamente se ha acuñado por no poder movernos- yo prefiero hablar de vacasaciones. Porque estas han sido también unas vacaciones tipo peli de los Etxebeste, que se pasaban el día escondidos en casa, fingiendo estar en Marbella, para mantener las apariencias ante los vecinos del pueblo. Aunque después de tres meses confinados, sin más viajes que las visitas al supermercado ni más desplazamientos que los paseos por el barrio, el calendario se ha acabado imponiendo a la pandemia y millones de personas han preferido que el apocalipsis les pillara en la playa o en la montaña. Nos hemos cansado de leer listas tipo; "Los pueblos más bonitos para visitar". "Diez localidades costeras que no puede perderse". "Un verano por el interior más verde de Euskadi". Del coche al autobús, de la casa del pueblo al apartamento de la playa (los más afortunados), estos han sido días de cercanías y de dos palabras, seguro y barato. Un veraneo que retrotraía a aquellos de los setenta, con el 850, la familia y carretera y manta. Y por supuesto, en destinos locales. Otra cuestión ha sido que la casa rural elegida estuviera hasta los topes, que en el paseo por Ordesa no viera más que mochilas y camisetas fosforito transpirables, o que la segunda residencia tuviera todos los días overbooking. ¡A cualquier cosa le llaman ahora sostenibilidad!

clago@deia.eus