LEVAMOS unas semanas de veraneo y es este año el de las vacaciones de las infancias. De pueblo, playa, pantano y caracoles en agosto, cuando en el octavo mes del año nos cazábamos las katiuskas y ahora nos pelamos de calor. No está la cosa para grandes dispendios, el avión, un agobio y el trajín del hotel no ofrecen garantías, así que todos al pueblo: tranquilidad, naturaleza y familia. Cerca de los abuelos y a veces, directamente dentro de sus casas. Es una de esas verdades sencillas, no irnos de vacaciones para no correr riesgos, pero ¿qué hace la gente metiéndose con los niños y adolescentes en la misma vivienda de los abuelos para pasar el verano en el pueblo? Esta gente no se amilana jamás, ni renuncia a las vacaciones tampoco, a costa de convivir, nietos, cuñaos, yernos, nueras y abuelos en la misma vivienda. Son vacaciones un poco atolondradas donde la ya famosa España vaciada se hace fuerte y los abuelos miran a sus proles parásitas con mascarillas y guardando una distancia social imposible frente a un virus aún en guardia. El pueblo. Aire limpio, cosas sencillas y abuelos. Esta gente ahorra de todo menos en los más importante, desde el tobogán acuático, y las colas para los helados hasta los flamingos rosas por unas vacaciones como un seguro. Inocentes, económicas, llenas de naturaleza, silencio, suegros y tranquilidad. Vacaciones tranquilas para todos ¿ y para los abuelos? ¿Dónde está su seguro?

susana.martin@deia.eus