todos nos parecía una sobrada que Bruselas pusiera sobre la mesa un Plan de Reconstrucción de 1,5 billones de euros para Europa, así que no nos ha decepcionado que la bazuca sea solo de 750 millones. Mucho dinero, un pastizal, que, lamentablemente, si se contextualiza, daría solo para comprar nueve veces a Kepa Arrizabalaga, lo que da medida de qué parte de la sociedad ha vivido por encima de sus posibilidades. No me voy a detener mucho en ello ahora que hemos aprendido a vivir sin fútbol y que gran parte de los consumidores de ese opio ven naufragar su trabajo. El caso es que la lluvia de millones de la UE, que tiene como objetivo incentivar el tránsito hacia una economía más verde, una cuestión de máxima urgencia para el planeta, y la digitalización, una tenaz necesidad de los tiempos modernos, está pendiente como siempre de que los gobiernos europeos den el visto bueno y de la tensa negociación que se avecina. Nos encomendamos a Santa Angela Merkel para que el proceso sea lo más aséptico posible. También elevamos plegaria, suplicando que las contraprestaciones -la preceptiva trinidad: pensiones, reforma laboral e impuestos- no nos deje cuerpo dominical de after hour. Y en general hay que cruzar los dedos para que Europa tome conciencia de que las potencias se generan a base de confianza y complicidad. Los recelos son palos en las ruedas de cualquier proyecto y, tras dos revolcones críticos en 12 años, ha llegado el momento de remar en la misma dirección.