IENE 73 años, la adolescencia de la senectud de no ser por su pluripatología médica y esa severa degeneración cognitiva que le tiene atrapado en otro mundo emocional. Pero ahora quien le encierra es el virus que confina también a su único contacto con la realidad. Doblemente devastadora. El covid-19 y el protocolo de impedir toda visita a los mayores en los centros residenciales le dejan sin su medicina efectiva: el tacto, el sonido y la mirada de su niño. La triple receta que mantiene vivos los recuerdos. Esos que pueden yacer y que hace demasiados días, y los que quedan, permanecen silenciados, ya que una videollamada semanal ni basta ni sirve para explicar lo que ya sería incapaz de comprender. Tan incomprensible como esa pavorosa ética utilitarista que Sanidad aplica en Madrid, Catalunya y hasta en Bélgica, por citar ejemplos, en los que se descarta tratamiento a la tercera edad con demencias avanzadas, grandes dependientes o enfermos terminales, gentes que se dejaron la salud por ofrecernos el mejor de los futuros y a los que se abandona a su suerte. Un senicidio en toda regla para el que no hay delito penal. Ojalá se cumpla aquí aquello del oasis vasco. Agradeciendo el estajanovista esfuerzo del personal al que entregamos su cuidado, no estaría de más estudiar pautas distintas al aislamiento radical y prevenir escenarios dantescos por si al bicho le da por volver. Porque pronto estaremos de vuelta, ¿verdad aitatxu?

isantamaria@deia.eus