LA calentología global ha parido un ejército de calentólogos de andar por casa, todos llenos de buenas intenciones. Si Greta come comida basura en sus viajes no contaminantes qué no haremos nosotros, ciudadanos de a pie sin sellito mundial, que un día compramos un kiwi eco como el que escribe del tirón una encíclica verde. Es extraña esta Humanidad del primer mundo. Tiene plantado un jardín de contenedores en su cocina para reciclar su conciencia mientras le resulta del todo necesario poner dos lavadoras diarias de lunes a domingo. Entre lavado y lavado acumulan mondas de plátanos, tapones y vidrios por cajoneras y bostezan ociosos frente a los programas medioambientales de los partidos que ni han leído ni leerán jamás. Los jóvenes revientan el Black Friday de los gigantes textiles mientras disparan selfis con sus iPhones de nueva generación en medio de una playa de plásticos. Sus padres, adeptos al veganismo y a la ecolife no renuncian a subirse a un avión las veces que hagan falta para escaparse de la vida moderna sobrevolando la atmósfera sucia del low cost, como actores de una ecología confusa que lo dice todo sobre una conducta que no pasa un control de drogas. El cambio climático nos interpela a cambiar a todos que, creyendo que hacemos lo que podemos, nos tapamos ufanos por arriba dejándonos al aire los pies de este postureo verde chillón tan de hoy. Nuestro cinismo también es insostenible.

susana.martin@deia.eus