LA curva de emisiones sigue siendo ascendente como Greta Thunbeg. La humanidad observa a esta adolescente sueca, protagonista de su huelga estudiantil, como ejemplo de saltarse las clases para una generación entera. Greta, portada de la revista Time, azote de los políticos, ha sacado a la calle a jóvenes de todo el mundo, como una profeta contra el desastre de la ecología, la verde aldaba en las conciencias de un discurso incontestable y con la ciencia de notario. Greta, nominación al Nobel de la Paz y foto con Obama, tiene 16 años y el mundo entre las trenzas. Con una inusual autoridad arrastra a un planeta contra su destrucción como símbolo de la lucha por un futuro sostenible encarnado en una niña. ¿Cómo no la vamos a querer? Los dos ejes del discurso universal que hoy en día van en volandas servidos en una sola heroína. Feminismo y ecología, causas necesitadas de símbolos con brújula en el mañana, fenómenos a los que nadie escapa, aunque empapen con brocha gorda. Greta llegó a la cumbre del clima de Nueva York montada en velero para no contaminar y nadie la patrocina. A pesar de los grandes lobbies del llamado capitalismo verde, con sus amplios nichos de mercado para esa sociedad limpia y sobre todo concienciada, Greta es un barco sin patrón. En su lucha, iniciada con apenas quince años, ya ha pasado por todas las fases idílicas de los juguetes rotos. Todos saben quién es Greta, pero ¿de quién es?

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