ANDA tan aburrido el universo de las redes sociales que apelando a lo políticamente correcto los hay empeñados en defenestrar Verano Azul, repuesta en La2 por enésima vez e insertada hasta en el catálogo de Netflix, y serie por excelencia de quienes nos tostábamos al sol entre los libros vacacionales de la EGB. Acusan a la obra de Antonio Mercero de promover la obesidad infantil a través del personaje de Piraña o de plasmar ante la generación millennial el heteropatriarcado rampante, obviando que su último capítulo se emitió el 14 de febrero de 1982, y es que tenemos la manía de reescribir el pasado con los ojos del presente. Aquel año en que el Estado español acogía el Mundial de fútbol, votaba al primer gobierno de izquierdas de la democracia y se bailaba al son de Los Pajaritos de María Jesús, todos querían remojarse el trasero en Nerja como quien abarrota Benidorm, embutidos en camisetas talla S y subidos a una bicicleta BH, para imitar a una pandilla que modernizó a Los Cinco de Enid Blyton. Olvidan su tinte progre, instando al ecologismo y al cuestionamiento de las normas, y en ella se habló por vez primera del divorcio, la diversidad familiar, maternidad en solitario, especulación, caciquismo y hasta de la muerte ante la mirada de un niño. No hay verano sin borrascas y encima quieren privarnos de la escena del golferas de Pantxo -vasquizado suena mejor- corriendo por aquella playa al grito de “¡Chanquete ha muerto!”. ¡Uy, spoiler!

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