Si Boris Johnson consigue llevar a término el Brexit sin pagar los 43.000 millones de euros acordados con la UE en concepto de responsabilidades adquiridas con anterioridad a sus planes de fuga, el cheque con esa cantidad será digno de ser exhibido en un lugar preeminente del Museo Británico. En efecto, esa magnífica instalación londinense acoge las más valiosas piezas de campos como la historia, la arqueología, la etnografía y el arte. Muchas de ellas, dicho sea de paso, rapiñadas a los países y las culturas en los que el imperio británico puso su bota durante décadas. El cheque que el nuevo inquilino del 10 de Downing Street y sus secuaces pretenden robar a lo que hasta ahora era parte de esa casa común que es la UE, podría ocupar una sala propia, creada ad hoc para la nueva era de expolio que quieren abrir los súbditos de su graciosa majestad (maldita la gracia). Este pase del robo a sable al sablazo económico nos puede situar a los demás vecinos de la Europa comunitaria en el pelotón de los innumerables países que llevan años intentando que los británicos les devuelvan objetos que son parte de su cultura y su historia, mientras los herederos de aquel imperialismo infame hacen oídos sordos. Las autoridades comunitarias están a tiempo de no ceder un ápice ante individuos como Johnson, al que no me cuesta nada situar hace un par de siglos pisando cabezas en medio planeta para acallar protestas y llenar el bolsillo. Ayer y hoy, su filosofía es la misma: nosotros primero.