UNA de las formas más democráticas de vender el pescao a la audiencia es convocando una consulta interna, cuanto más dirigida, mejor. La democratización de las organizaciones pareció nacer con Podemos, que siempre da la impresión de que pregunta al tuntún y ese tuntún participativo acaba siendo como la mermelada de la tostada, siempre cae del mismo lado. En EH Bildu las opciones para votar sobre el Gobierno plural navarro no pasaban por votar no, sino por favorecer la investidura, sí o sí, o lo que es lo mismo, sí o abstención. Buscar un respaldo a las tesis ya cocinadas nos hace pensar que la famosa democratización de las organizaciones no se diferencia de una franquicia en Corea del Norte: no se sabe hasta qué punto funcionarían las consultas internas si no hay democracia ídem o que la falta de democracia en las consultas defina a las organizaciones. Lo más guasón es ese famoso barniz democrático sobre decisiones, que de tan tomadas solo necesitan un sello, libre y participativo: votar la censura contra Rajoy, favorecer un Gobierno de coalición con el PSOE, el chalé o Chivite. El caciquismo crea audiencia y cuando busca un motivo lo halla siempre en su respetada militancia, dirigida hoy en red que vota complacida porque ahora, al menos, le preguntan. Sus decisiones abrillantan tras una democrática mano de barniz que de tanto brochazo al aire impone una vez más la cultura del viejo gotelé. Al final, pura pintura plástica donde abundan los lamparones.susana.martin@deia.eus