POCO ha durado la tregua. Fue el mes pasado cuando colocaron al electorado ante las urnas con el espíritu de aquellos gudaris del Cinturón de Hierro al grito del no pasarán y ya está de vuelta el tintineo, el rumor de la campaña. Predica el camarada Juantxu, un working class hero de Mazarredo, con un discurso construido en torno a una frase redonda: “El mejor remedio es la solución”. Una sentencia que podría haber firmado Descartes de puro sentido común. Sin embargo, ocurre que en la política española hay pocos remedios y casi ninguna solución de un tiempo a esta parte. Siempre hay excusa. Y cuando ETA enterró el hacha, el desafío catalán se convirtió en el nuevo caballo de batalla de los Tercios de Flandes. Los partidos que no dan respuestas a las necesidades de los ciudadanos acaban dándose de bruces con el muro del callejón. Así que no es extraño que después del cataclismo electoral del PP su presidente haya hecho gala de su cintura política -y su rostro pétreo- para anunciar un cambio de dirección y haya abierto una nueva etapa en su relación con el que al fin será presidente legítimo de Hispanistán. Tras reunirse en La Moncloa la semana pasada, Pedro Sánchez y Pablo Casado se comprometieron a mantener abierta la comunicación sobre Catalunya y coincidieron en la necesidad de llegar a acuerdos sobre pensiones, violencia de género, transición ecológica, estímulo de las ciencias... Es decir, empezaron a hablar de solucionar problemas en lugar de generarlos.