PRIMERA constatación, aunque no sea la más importante: Euskadi ha sido uno de los pocos lugares donde las encuestas han acertado. El triple empate final venía reflejado en prácticamente todas las que se habían hecho. Y se fue certificando casi desde que comenzó el escrutinio. El resultado al 3% fue exactamente el mismo que el que se dio al cierre del recuento. Ahí tienen materia para estudiar los politólogos.

Pero ya digo que eso es apenas la anécdota. La miga está en el titular de la información que firma Miguel Aizpuru a la izquierda de esta columna. No solo en que PSE, PNV y EH Bildu hayan obtenido el mismo número de representantes, sino en que los socialistas han sido los vencedores en cantidad de votos. No es nada nuevo en absoluto. La circunstancia se calca de las elecciones de marzo de 2008, en las que la demarcación autonómica fue uno de los bastiones de la victoria, entonces, de José Luis Rodríguez Zapatero frente a un Mariano Rajoy que ya se veía vencedor. En este caso, y a la vista de los más que llamativos números en el conjunto del Estado, lo que procede decir es que el PSE ha sido una de las puntas de lanza de la sorprendente resistencia de Pedro Sánchez, que de nuevo ha hecho honor a su leyenda. Bien es verdad que esta vez hay serias posibilidades de que después de haber nadado pueda ahogarse en la orilla.

Exactamente igual que ocurrió hace quince años, el PNV ha pagado los platos rotos de la polarización. Un temor durante la campaña que también se ha hecho real en el recuento. No hace falta ser el más avezado de los analistas para tener claro que parte del voto jeltzale ha ido al zurrón socialista para evitar la victoria de Feijóo en primera instancia, pero, sobre todo, la posibilidad de una mayoría absoluta de los genoveses con Vox. Y tampoco se puede pasar por alto que otra parte del respaldo jeltzale, aunque más pequeña, se ha trasladado al Partido Popular. No es casualidad tampoco que los populares vascos ha sido capaces de detener la vertiginosa cuesta abajo que habían emprendido desde hace varias contiendas. Lo confirma la recuperación de un diputado en Araba, donde, por cierto, el PNV ha caído a la cuarta fuerza.

Y no por esperada deja de ser noticia el gran resultado cosechado por EH Bildu, ganando un escaño por Bizkaia, pero mejorando sus números en los territorios y revalidando en Gipuzkoa el liderazgo que ya obtuvo en las municipales del pasado 28 de mayo. Eso, con el añadido de que el escaño que vuelve a sacar en Nafarroa convierte a la coalición soberanista en la primera fuerza vasca en el Congreso. Se intensifica la batalla por la hegemonía a menos de un año de las elecciones al Parlamento Vasco, que se van a celebrar en un escenario que ahora mismo no somos capaces de intuir. Como acabamos de comprobar, doce meses es mucho tiempo. Piensen si a estas alturas de 2022 hubiéramos sido capaces de imaginar que habríamos celebrado unas elecciones generales en mitad del verano. De hecho, no fuimos capaces de imaginarlo ni siquiera en la misma noche del 28 de mayo, tras la derrota socialista en autonómicas y municipales.

El aprendizaje es que no conviene sacar conclusiones precipitadas. A la hora de redactar estas líneas, tras un recuento agónico, no podemos albergar ninguna certeza absoluta.

Merece su reflexión también –de nuevo sin causar sorpresa– el mal resultado de Sumar en Euskal Herria. Mientras la candidatura de Yolanda Díaz ha aguantado muy bien el tipo en el conjunto del Estado, en nuestro terruño ha naufragado. En parte, es algo que se puede achacar a la polarización, pero aquí sí da la impresión de que el gran fenómeno que fue la izquierda alternativa al PSOE –con dos victorias en sendas generales– ha regresado al punto de partida, es decir, a los tiempos del llamado quinto espacio.