Imanol Pradales Gil no se dio un minuto de respiro. Apenas jurado el cargo y recibida la makila en Gernika, inauguró una frenética agenda de reuniones con personas de relieve de absolutamente todos los ámbitos. Ahí empezó a marcar su impronta, determinada por la escucha y por la acción. Y en este caso, el orden de los factores sí altera el producto. Lo ejecutivo, el no dejar para dentro de un rato lo que se puede hacer ahora, siempre ha estado precedido por la recopilación de datos de primera mano. No es hacer por hacer, sino hacer porque hay que hacer. Creo que lo hemos visto, sin pretender ser exhaustivo en los ejemplos, en el desenquistamiento del endiablado conflicto en la Ertzaintza, logrado por el domesticador de tempestades Bingen Zupiria, consejero de Seguridad y hombre tranquilo que podría haber hecho de John Wayne en el clásico del maestro Ford. O en el encauzamiento (todavía no resolución) de la situación en Osakidetza, que para el común de los mortales era y es el asunto de mayor preocupación. Por de pronto, se ha rebajado la tensión en el día a día y, sin haberse restablecido los estándares de aquel sistema público sanitario que fue nuestro gran motivo de orgullo, la sensación general es que ha habido una mejora palpable. Ojalá sea el preámbulo del acuerdo transversal que busca la mesa por el pacto vasco de salud, que esta misma semana llega a su momento de la verdad. ¿Habrá acuerdo global? Quisiera estar equivocado, pero mi intuición, alimentada por indicios del presente y comportamientos precedentes, me lleva a ser escéptico. O quizá, pesimista. Reconoceré mi error si se evidencia, pero, siguiendo con el balance de estos doce meses, tengo muy poco que esperar de la principal formación de la oposición. Si algo ha hecho EH Bildu desde la investidura de Pradales ha sido calentar las orejas del personal con encendidas llamadas al diálogo, la altura de miras y la mano tendida que, nueve de cada diez veces, se han quedado en impostura.