CantabaA Manolo García que “nunca el tiempo es perdido”. Supongo que es una frase de autoconsuelo. Yo me permito discrepar cariñosamente de uno de mis iconos musicales. Hay ocasiones en las que los días, las semanas, los meses, los años y los decenios se derrochan sin obtener ninguna ventaja. Ni siquiera la de un aprendizaje que aplicar en el futuro. Demasiadas veces es tarde, aunque la dicha sea buena, como es el caso del par de ejemplos recientes con los que ilustraré esta reflexión. El primero tuvo lugar el lunes, durante el justo y necesario homenaje al primer Gobierno vasco tras la muerte de Franco. Los que tenemos memoria, incluso aunque entonces éramos preadolescentes, recordamos el soberbio desprecio que le dispensó la izquierda abertzale a aquel Ejecutivo heroico. Frente a la clamorosa verdad arrojada por las urnas, desde el entonces llamado MLNV se decía que ese gobierno, motejado como “vascongado”, no representaba a la mayoría social de nuestro pueblo. La consignilla era que se trataba de un hatajo de traidores que se habían bajado los pantalones ante el opresor español. Elijan si lloran o ríen al ver que, 45 años después, Arnaldo Otegi, que participó entusiásticamente del desdén a Carlos Garaikoetxea y su gabinete, estuvo en primera línea de celebración y glosó con algarabía la figura del navarro. Un diapasón por encima, su segundo de a bordo, Petxo Otxandiano, se refirió a los homenajeados como quienes “se comprometieron con la construcción de la institucionalidad moderna vasca”. Al día siguiente, en el Congreso de los Diputados, otrora parlamento del invasor en el que era pecado que se sentara un vasco, EH Bildu presentó una iniciativa en favor de la electrificación de la industria vasca, se lo juro. Al mostrar el apoyo a una propuesta que viene a ser un remedo de otra presentada por el PNV, la representante jeltzale Idoia Sagastizabal no pudo evitar ironizar sobre los cambios de postura radicales. ¿Es o no es tiempo perdido? – Javier Vizcaíno